03/11/2021

Músicos callejeros

 Todas las calles deberían tener músicos y todos los músicos deberían tener calles. Aplicamos, con demasiada frecuencia, el concepto <<música callejera>> con énfasis peyorativo. A mí me parece que esos <<músicos callejeros>> ennoblecen, dotan de virtud, las calles. Siempre habrá quien al verlos en las calles los tache de holgazanes, de zánganos improductivos que <<más vale que se pusiesen a trabajar>>. Bueno, están en su derecho de decirlo porque todo el mundo, por el hecho de ser mundo, tiene derecho también a ser imbécil. No sé cuántos serían capaces de salir, de exponerse, así para <<ganarse el pan>>. Yo no imagino a un oficinista ofreciéndose a rellenar formularios e impresos de nuestra engorrosa administración. Yo no imagino a un docente pregonando sus clases de Filosofía. Yo no imagino a un sastre tomando medidas, cortando piezas de tela, haciendo patrones, cosiendo prendas, en la calle. El músico callejero hace de la calle un lugar menos hostil, menos impersonal, más ameno y disfrutable. La música amansa a las fieras; eso lo saben algunas fieras y por eso no quieren música en la calle, porque no quieren dejar de ser fieras. Cuando un músico forma parte del paisaje se crea entre quienes se paran a escucharle unos segundos una especie de vínculo, de comunión trascendente, de complicidad. Yo lo veo así. No me parece mal que haya músicos callejeros. No me parece mal que haya música en la calle. De hecho, ya puesto a ser egoísta, me evitaría -si alguien se pusiera a tocar frente a mi casa o bajo ella- el tener que oír el arrastre permanente, constante e interminable, de sillas de los cretinos de arriba, los gemidos lastimeros de su puto perro cuando tiene ganas de orinar y tardan siglos en sacarle o al cazurro y gárrulo que, en vez de llamar a Ramón usando el portero automático, se pone a dar gritos desaforados como si estuviese practicando para ser manifestante o fanático de algo.

27/10/2021

Mediocracia

 Vuelve a la palestra la cuestión de la «meritocracia». Así, a portagayola, se me antojan dos cosas. La primera es que el concepto no es novedad: en Grecia lo denominaron «aristocracia»; la segunda es que la burócrata que escribe con dos dedos y busca la letra eme en el teclado está ahí por «mérito»: aprobó su oposición quedando por delante de la mayoría.

El asunto de la «meritocracia» siempre me ha estremecido un poco. No sé muy bien a qué se refiere, en concreto, esa idea. Ahora se está asociando a la «movilidad social» como si entre ambas hubiese un umbilical perfecto e indiscutible. A mí me parece que no tienen relación entrañada entre ellas: la movilidad social está determinada por la renta; la meritocracia, no.
No es sólo eso. ¿Quién establece y sobre qué criterios los baremos para establecer los méritos? ¿En qué condiciones? Por preguntar y por ejemplos: hay muchas confluyentes preguntas más. En una sociedad «social» (digiérase mi redundancia) la tendencia, precisamente, es a eliminar jerarquías, a igualar en dignidad y a «premiar» con base a la utilidad (un basurero cobraría más que un bancario o un médico más que un ejecutivo -CEO, creo que estúpidamente se le llama ahora-). Alguien enristrará como argumento «el trabajo» y «el esfuerzo» como si con eso decantara con contundencia inapelable el debate y lo zanjase. Pues, bien: ninguno de los dos cumplen con la esencia de la «meritocracia» como no tienen mucha trascendencia en la sociedad actual a tenor de las pruebas. Se puede debatir, claro; no obstante, será un debate infructuoso porque la «meritocracia» nueva no cambia en nada, no modifica en nada, la antigua y enraizada «aristocracia».

25/10/2021

 Cada uno tiende -como es natural- a visibilizar lo suyo o lo de alguien prójimo. A los demás nos queda ver todas esas visibilizaciones en su conjunto o seleccionar aquéllas que nos resultan más afines. Esta madrugada, mientras el insomnio, he dado con un dato que me parece no estar suficientemente presente en nuestra sociedad. La mayor mortalidad en España se produce por el suicidio y va, por desgracia, incrementándose. El año pasado se suicidaron 3145 personas: una cada dos horas, más o menos; de ellas, 2456 eran varones. El INE no especifica (o no me ha cargado la página en cuestión) las causas pormenorizadas; sin embargo, abundando en la información y buscando -ya puesto- otras fuentes me encuentro con algo espeluznante y que parece querer ser soslayado: entre los varones, un elevado porcentaje -el mayor, según varios- se da entre aquéllos que figuran en su estado social como <<separados>> o <<divorciados>>. Dándolo por bueno, aunque con las reservas lógicas, surgen unas cuantas preguntas y con ellas una inclinación al enfrentamiento hacia otras ideas por lo que parece, sin duda, un triste agravio comparativo. No voy a desplegar un meticuloso razonamiento ni ningún argumento combativo. Pero, me parece -acaso por la probabilidad estadística de que le pase a alguien cercano o a nosotros mismos- que sería bueno pensar sobre ese asunto, darle visibilidad y soluciones: prestarle un poco de atención aunque conmueva otros intereses. Decir poco más salvo terminar esta entrada con un punto y coma.

23/10/2021


 

22/10/2021

Euforismos y sentencias

 A veces pienso que sin cerebro seríamos más inteligentes.

Que nadie se ofenda, eh.

Dios mediante...

 Había un cielo turbio, de niebla en fuga. Los niños, con sus uniformes de una pulcritud exasperante, avanzan junto a su padre arrastrando las mochilas escolares soportadas en una cómoda armadura con ruedas. El padre es joven. No tiene acento vernáculo: <<Y, vamos, chicos, no se retrasen, gracias por la salús que nos das…>>. La frase rezandera se me clava como un rehilete envenenado. Ya sé, sí, eso de <<mientras haya salud…>> y otras resignaciones del estilo. Y pienso que de poco o nada sirve la salud sin otras periferias confortables. Sin salud, dicen, no se disfrutan las cosas y de poco sirven estas sin aquélla. Pero, mis trece son contumaces: de poco sirve la salud si estás sumido en la miseria, si cada día es un rosario de sobresaltos, de esfuerzos inútiles, de castigos jalonados de trazas amargas e inconfesables. Sin salud no se disfrutan las demás cosas, vale; sin embargo, sin las otras cosas, el dinero por ejemplo, no se disfruta la vida. Eso sin contar que con el dinero, por ejemplo, puede comprarse -por lo común- una buena salud…

09/10/2021

Nunca más

 <<La mejor forma de evitar la tentación es caer en ella”.

Owen Wilde.
El sexo y la sexualidad han sido y son, todavía hoy, un tabú en muchas sociedades empachadas de moralinas y de ese engrudo residual de conceptos enfermizos y puritanos. El tratamiento de estos asuntos, su mera exposición desde el punto de vista científico genera pudores enquistados; si lo presentamos con aspecto literario, entonces el drama adquiere ya tintes épicos y escandalosos. Todo eso no es más que un resorte útil a la hipocresía imperante; una hipocresía que se manifiesta, sobre todo, en el terrible contraste de lo que las apariencias guardan y la realidad estadística -en la que el consumo de pornografía genera el mayor volumen de negocio conocido muy por encima y delante del armamentístico, o el farmacéutico o cualesquiera otros de cualquier mercado- desmiente.
Aún así, se generan obras y se establecen concursos y premios en donde las obras de este caletre pasan tímidamente advertidas, miradas con sospecha y de soslayo, reconocidas disimuladamente. Tal vez por eso, el valor de la literatura en este formato cobra más importancia: porque es, de alguna manera, proscrita; porque es, de alguna manera, marginada y atribuida -falseando la verdad- a seres depravados, enfermos, transgresores, malvados, groseros.
Asociamos la literatura erótica a lo burdo, a lo infame. Pensamos que lo erótico carece, por definición, de rigor y de calidad trascendente. Tanto es así que incluso cuando surge un movimiento de escritores ayunos de los complejos morales impuestos y relatan con naturalidad, y crudeza, una cotidianeidad humana presente en todas nuestras actividades, alguien lo clasifica como “realismo sucio”, por poner un ejemplo. Ese <<sucio>> es muy descriptivo del concepto que tenemos de lo <<explícito>>. Así, concedemos por una inexplicable y absurda inercia que lo sexualizado es abominable y que, por ende, no puede tener el nivel de otras obras. Nada más lejos de la realidad. La historia de las letras ha dado grandes novelas cargadas de erotismo.
Romper los moldes sociales cuesta. Romper los mentales propios, casi imposible. No obstante, se va ganando terreno. Siempre habrá <<disidentes>> dispuestos a traspasar esa línea trazada por mentalidades retrógradas, manipuladoras y castrantes. Si quien rebasa esa línea es, además, mujer el mérito crece exponencialmente. <<Nunca más>>, de mi amiga -a qué no decirlo- Emecé Condado, es un libro de relatos ágiles, elaborados a través de una prosa fluida, casi espontánea, y desinhibida que merece el beneficio de la lectura. Textos bien resueltos que capturan la atención, y la imaginación. Atmósferas sugerentes que asperjan imágenes en la materia gris convirtiéndonos en testigos presenciales. Para gustos, colores; por supuesto. Pero, para saber si algo nos parece bueno o no, si nos gusta o no, antes hay que probarlo: no valen ni sirven la opinión o el gusto de otros. La curiosidad en literatura es una gran cualidad.

 No deja de tener su intríngulis la cosa. Afirma el flamencólogo que la famosa canción esa de <<ohoooh feeerdeh, feeerdeh coooomo la albahaaacaaaa...>> ha sufrido distintas y diversas <<correciones>> a lo largo de su existencia. Al hacer la reseña biográfica de la canción revela que, al parecer, trata de dos hombres (el que pide fuego y lo recibe -apoyao nel quisio de la mansebía- y el que lo da -bahé der cabayo y lumbre te di-). Así, pienso qué realidades históricas o sociales se nos han sustraído por las causas que sean. Y lo asocio a aquella detallada explicación en la que Borges, don Jorge Luis, refiere que el tango inicial era un baile de hombres y entre hombres, de seducción entre hombres y que luego derivó en pelea y luego, más tarde, se purificó en un intenso cortejo del hombre y la mujer. Todo esto lo digo porque estamos imbuidos de conceptos manipulados, que tomamos como novedades o caprichos de una actualidad desenfrenada y sin norte lo que en un pasado ni tan lejano ya se daba con cierta naturalidad y sin tanta reserva moral. Me viene, también, aquel Krito personaje de <<La vieja sirena>>, de don José Luis Sampedro, y su extravagante conducta. Síntesis: no ver la realidad no la elimina ni neutraliza; sólo nos convierte en ciegos.

08/10/2021

 Allá por mi edad media leí (exagero el verbo involuntariamente) al azar algunas páginas y aforismos derramados en esa cursilada insufrible y pseudofilosófica opereta encuadernada como «Ilusiones», de un tal Richard Bach. De aquella incursión sólo me quedó una salpicadura residual: «enseñamos mejor lo que más necesitamos aprender». Hoy mi cerebro, estimulado por unos pensamientos que no vienen al caso, ha recuperado de forma espontánea ese pretencioso y estúpido apotegma. Confieso que me ha engañado por un instante y he creído ver en él, por las circunstancias, algo de validez y certeza. Pero, me he serenado de nuevo y, con la perspectiva del silencio como guía, no me he dejado embaucar: no, no enseño mejor lo que más necesito aprender; acaso lo que necesitamos es aprender más, mucho más, para enseñar mejor, mucho mejor.

Cosas que no deben hacerse

 Cosas que no deben hacerse: Responder.

Estoy en la otra punta de mi casa. La puerta de la terraza del salón-comedor está abierta (hace bueno). Desde la calle entran las voces de un tipo:
-¡Ramón! ¡Ramón! ... ¡Ramón! ¡Ramón!
Y, entonces, es cuando me sale del alma y del pecho a pleno pulmón:
-¡Usa el portero automático, gilipollas!
Creo que me ha oído y que se ha dado por aludido. O eso o Ramón, por fin, ha bajado.