a mala gestión de la "crisis" (no la crisis) y la permanente codicia de bancos y empresarios han modificado los hábitos de los consumidores. Mercachifles y algunos comerciantes cierran ante la inminente ruina: no se compra. Todo el entramado empresarial se ha resentido.
La gente no tiene para comer, menos para comprar, para darse el caprichito. Los que aún tienen, miran de reojo, sopesan y deciden: hemos aprendido el principio básico de la Economía, la elección. Y, con alguna variante, hemos aprendido el valor del céntimo que antes despreciábamos -esa monedilla inútil, molesta y que muchos se encargaron de eliminar de las fracciones monetarias de curso legal- y con él, la selección (a estimar y desestimar en función de la necesidad, no del antojo). Mucho más cuando hay que bregar en un extraño sistema mercantil en donde los precios siempre suben y rara vez bajan. La ley de la oferta y la demanda en este país es más que dudosa.
Con precios y tarifas concertados (en una infame y permitida colusión) y escandalosamente altos, el consumo se ha reducido (no el dinero, que todos sabemos dónde está) con todo lo que eso implica para el mercado y con todo lo que supone en el aspecto psicológico.
Con precios y tarifas concertados (en una infame y permitida colusión) y escandalosamente altos, el consumo se ha reducido (no el dinero, que todos sabemos dónde está) con todo lo que eso implica para el mercado y con todo lo que supone en el aspecto psicológico.
Se ha vuelto (al menos para cinco millones de desempleados y sus familias -súmense-) a la mentalidad de posguerra. Necesidad obliga, como la nobleza. Se impone la supervivencia por rigor, el buscarse la vida, el trapicheo para defenderse de una picaresca institucionalizada en donde la reina de picas es la propia administración mientras aumenta un largo rol de morosos en el que no figuran, incomprensiblemente, quienes más deben. En paralelo al aumento de la pobreza va la desconfianza en el futuro, en la incertidumbre del "nunca se sabe qué pasará mañana". Esa sensación de impotencia e inseguridad convierte a los antiguos consumidores -que aún "tienen posibles"- en seres relativamente mezquinos y reacios a gastar. La mercadotecnía se encargará de recuperar a casi todos; pero, lo más probable es que pasen un par de generaciones antes de que una inmensa minoría de aquellos, y sus núcleos familiares, vuelvan al redil consumista. Estos neoahorradores tienen una peculiaridad que los distingue de los otros: reducen y limitan al máximo sus constantes vitales de consumo. Eso convierte sus ahorros en una alcancía improductiva excepto para quienes ya vienen (con crisis y sin ella) sobrados: los bancos y sus clientes "vip" (¿será el apócope de "viper"?).
Toda alteración anormal de la economía conlleva, también, la creación de una generación de miserables, de desplazados socio-económicos que entran en barrena en la marginación. No encontrarán ubicación y subsistirán fuera de los cauces naturales de su entorno. Son desalojados que caerán en el olvido de políticos e instituciones, personas sin importancia a quienes se les excluirá sin justificación alguna y que ya no volverán a ocupar un puesto que quedará vacante. No tienen un perfil concreto y común; ni siquiera serán los menos capaces o los más indolentes o los "inadaptados". Es gente normal o incluso más preparada que la media-alta. Conozco algún caso. No dependerá de ellos, sino de sus veleidosas suertes y de la necedad de los hipócritas gobernantes más preocupados (como ya se está viendo otra vez) de sus lustres y sus intereses egoístas que de trabajar para sus "administrados". Todos estos que digo quedarán fuera del reparto y con una enorme soga quemándoles la gola.
Es cierto que hay que salvar distancias con los ejemplos y que no es un buen recurso establecer analogías porque, lo queramos o no, pertenecer a un ámbito político-económico más amplio permite obtener ayudas y tener balizas que flanqueen el camino a seguir (tanto el erróneo como el acertado). Sin embargo hay evidencias que sin llegar a ser calcadas, tienen una similitud estremecedora y que hace pensar en resultados parecidos.
Hoy por hoy estamos en lo más parecido a una economía de posguerra. Comparo situaciones y no me parece descabellado. Los miserables, cada vez son más; los ricos, cada vez lo son más y una clase media (la que goza de ciertos ingresos seguros) que siguiendo este comportamiento económico no va camino de la extinción pero sí de un estado de postración y esclavitud notable ante "los jefes". No, no es una visión apocalíptica: es una conjetura razonable si esta situación de ineptitud e inacción, de "insolidaridad", se prolonga un tiempo más sin que "alguienes" tomen las riendas de este jaco desbocado. Aunque deseo equivocarme...
Toda alteración anormal de la economía conlleva, también, la creación de una generación de miserables, de desplazados socio-económicos que entran en barrena en la marginación. No encontrarán ubicación y subsistirán fuera de los cauces naturales de su entorno. Son desalojados que caerán en el olvido de políticos e instituciones, personas sin importancia a quienes se les excluirá sin justificación alguna y que ya no volverán a ocupar un puesto que quedará vacante. No tienen un perfil concreto y común; ni siquiera serán los menos capaces o los más indolentes o los "inadaptados". Es gente normal o incluso más preparada que la media-alta. Conozco algún caso. No dependerá de ellos, sino de sus veleidosas suertes y de la necedad de los hipócritas gobernantes más preocupados (como ya se está viendo otra vez) de sus lustres y sus intereses egoístas que de trabajar para sus "administrados". Todos estos que digo quedarán fuera del reparto y con una enorme soga quemándoles la gola.
Es cierto que hay que salvar distancias con los ejemplos y que no es un buen recurso establecer analogías porque, lo queramos o no, pertenecer a un ámbito político-económico más amplio permite obtener ayudas y tener balizas que flanqueen el camino a seguir (tanto el erróneo como el acertado). Sin embargo hay evidencias que sin llegar a ser calcadas, tienen una similitud estremecedora y que hace pensar en resultados parecidos.
Hoy por hoy estamos en lo más parecido a una economía de posguerra. Comparo situaciones y no me parece descabellado. Los miserables, cada vez son más; los ricos, cada vez lo son más y una clase media (la que goza de ciertos ingresos seguros) que siguiendo este comportamiento económico no va camino de la extinción pero sí de un estado de postración y esclavitud notable ante "los jefes". No, no es una visión apocalíptica: es una conjetura razonable si esta situación de ineptitud e inacción, de "insolidaridad", se prolonga un tiempo más sin que "alguienes" tomen las riendas de este jaco desbocado. Aunque deseo equivocarme...