Alguien debería inventar e impulsar la <<desvacunación>>. Me explico: el argumento más esgrimido por los <<antivacunas>> no es el de la libertad de elección sino el del peligro que se corre al inocularse un microorganismo -atenuado- para que el sistema inmune reaccione. Para ellos, eso constituye un atentado contra su naturaleza; una agresión a su esencia por parte de un agente extraño inyectado de forma artificial, sin seguir la pauta del contagio <<normal>>. No es cuestión de intentar hacerles entender que cuando el elemento de contagio les entra en el cuerpo es más fácil anularlo si ese cuerpo tiene ya memoria, destreza y recursos, para combatirlo que si tiene que hacerlo sin ninguna referencia previa, sin la lección aprendida. Pero, a lo que voy. Los <<antivacunas>> rehúsan la utilización de las vacunas (Perogrullo no lo habría expuesto mejor, lo sé); partiendo de esta premisa y del derecho que tienen a ser respetados yo les conminaría a rechazar también todas aquéllas que les pusieron de niños y gracias a las cuales hoy pueden quejarse de las vacunas. No sé cómo podría hacerse, cómo se les podría <<contaminar>> (de alguna manera en que la vacuna ya puesta les resultase inútil) con el sarampión, las paperas, la varicela, la poliomielitis o cualquiera otra enfermedad -con altos niveles de mortandad- que si no está completamente erradicada (del primer mundo), sí está controlada gracias a las vacunaciones extensivas; eso, simplemente, para que gozaran de la bendición que supone padecerlas. Luego, una vez enfermos, a esperar que madre Natura siguiera su curso y el Instituto Nacional de Estadística hiciera su trabajo.
07/01/2022
06/01/2022
Cuento de Navidad
31/12/2021
De cuando estoy poeta...
04/12/2021
Algunos domingos, cuando la mayoría de los parroquianos habían culminado el aperitivo y se marchaban a sus casas, nos quedábamos unos cuantos amigos todos a comer en el Capicúa de Fivasa. En ese rescoldo agradable, con la cerveza aún de cuerpo presente y el cuerpo presente embrujado aún por la cerveza, se desplegaban los platos sobre la mesa grande del fondo y nos sentábamos a disfrutar del momento. Risas, anécdotas, chistes, recuerdos, canciones más o menos comunes salpicaban las largas sobremesas. Hubo un domingo, sin embrago, -ya me había olvidado de él- en el que cundió la prisa. Apenas se terminó de comer, Tere sacó la guitarra y apremió: había que componer ya una canción con la que participar, aquella misma tarde, en el festival de la canción misionera (o algo así) en la Milagrosa. Participaban en el evento desde la época de estudiantes y año tras año, más por costumbre que por devoción a esas alturas, seguían acudiendo. No sé si me convencieron sus argumentos o ver cómo su tradición podía verse, de repente, quebrantada. Alguien me puso una servilleta de papel a mano y un bolígrafo. Yo, a qué negarlo, si no doy en la diana con las palabras estando sobrio mucho menos estando, como entonces, con alguna jarra de más. Pero, escribí. El resultado fue, a mi juicio, un padrenuestro sin dios, la interpretación espontánea del sueño de un fraude. Mi juicio, sin duda, estaba nublado porque se presentaron con esa letra y cuatro acordes al paso y gozaron de premio. Luego, más tarde -es caprichoso el azar- volví a oírlo. Habían venido mis primos de Sevilla y les hice un gira turística por eso de que <<con la de veces que hemos venido y no hemos visto nada>>. Entrábamos a la Santa cuando oí a alguien -por lo visto ensayaba para una boda- cantar ese peculiar padrenuestro improvisado en una servilleta de papel un domingo por la tarde. No sé por qué cuento algo tan intrascendente; tal vez porque he asociado una abstracción a que dios debe amar a los borrachos porque, imagino, como los niños, siempre dicen la verdad o porque no pecan o algo así. Sí, ha sido algo de eso: dios ama a los borrachos. Yo hace ya mucho tiempo que no bebo...
02/12/2021
Antivacunistas
No deja de ser paradójico -o contradictorio- exigir ciertos «derechos» en un país de derechos delimitados y de libertades imaginarias. Es sorprendente que se abra un debate sobre el derecho-obligación a/de vacunarse cuando todo está constreñido por cientos de leyes y nadie cacarea. ¿Por qué no se va a obligar por ley a vacunarse? ¿Qué derecho vulnera esa imposición que no se vulnere en otros derechos? Mi derecho a conducir está supeditado a un carnet, mi derecho a elegir la identidad que desee, mi derecho a cruzar una autopista, mi derecho a salir desnudo a la calle con el cuerpo untado de mantequilla y con lacasitos pegados a ella, mi derecho a poner música a todo volumen a las cuatro de la madrugada, mi derecho a portar armas, a pescar, a hacer fogatas en el bosque, a no enrolar a los hijos en el sistema académico, etc... Todos los derechos están supeditados a eso llamado «bien común». ¿A qué derecho de los cojones se refieren los antivacunas que luego rinden religiosamente cuentas a Hacienda, cumplen con el límite de velocidad u observan con estricta pulcritud y diligencia el horario laboral?
27/11/2021
23/11/2021
03/11/2021
Literatura replicada
Tal vez sea verdad y que en cuestiones literarias lo importante, lo trascendental, no sea <<sobre qué>> se escribe sino <<cómo>> se escribe ése <<sobre qué>>. Claro que, si esto es así, ¿qué importa entonces no aportar nada siempre que todo se ciña y reduzca a construir frases perfectas?
Músicos callejeros
Todas las calles deberían tener músicos y todos los músicos deberían tener calles. Aplicamos, con demasiada frecuencia, el concepto <<música callejera>> con énfasis peyorativo. A mí me parece que esos <<músicos callejeros>> ennoblecen, dotan de virtud, las calles. Siempre habrá quien al verlos en las calles los tache de holgazanes, de zánganos improductivos que <<más vale que se pusiesen a trabajar>>. Bueno, están en su derecho de decirlo porque todo el mundo, por el hecho de ser mundo, tiene derecho también a ser imbécil. No sé cuántos serían capaces de salir, de exponerse, así para <<ganarse el pan>>. Yo no imagino a un oficinista ofreciéndose a rellenar formularios e impresos de nuestra engorrosa administración. Yo no imagino a un docente pregonando sus clases de Filosofía. Yo no imagino a un sastre tomando medidas, cortando piezas de tela, haciendo patrones, cosiendo prendas, en la calle. El músico callejero hace de la calle un lugar menos hostil, menos impersonal, más ameno y disfrutable. La música amansa a las fieras; eso lo saben algunas fieras y por eso no quieren música en la calle, porque no quieren dejar de ser fieras. Cuando un músico forma parte del paisaje se crea entre quienes se paran a escucharle unos segundos una especie de vínculo, de comunión trascendente, de complicidad. Yo lo veo así. No me parece mal que haya músicos callejeros. No me parece mal que haya música en la calle. De hecho, ya puesto a ser egoísta, me evitaría -si alguien se pusiera a tocar frente a mi casa o bajo ella- el tener que oír el arrastre permanente, constante e interminable, de sillas de los cretinos de arriba, los gemidos lastimeros de su puto perro cuando tiene ganas de orinar y tardan siglos en sacarle o al cazurro y gárrulo que, en vez de llamar a Ramón usando el portero automático, se pone a dar gritos desaforados como si estuviese practicando para ser manifestante o fanático de algo.
27/10/2021
Mediocracia
Vuelve a la palestra la cuestión de la «meritocracia». Así, a portagayola, se me antojan dos cosas. La primera es que el concepto no es novedad: en Grecia lo denominaron «aristocracia»; la segunda es que la burócrata que escribe con dos dedos y busca la letra eme en el teclado está ahí por «mérito»: aprobó su oposición quedando por delante de la mayoría.