Analicemos fríamente todos los elementos que intervienen en el montaje (o desmantelamiento) de una empresa, en su ubicación en un punto determinado, y veamos si es por confianza o por intereses más tangibles.
La confianza sí podría ser un factor determinante, pero en lo que se refiere a los gestores de un país que son quienes –la verdad desnuda y cruda- arruinan o hacen progresar una sociedad. Un buen gestor atajará los problemas en cuanto empiecen. El mal gestor se escudará en que la crisis es mundial. Una crisis, por cierto, bastante peculiar –ésta que estamos sufriendo- y en la que muchos han visto el cielo abierto para enfrentar reestructuraciones –la excusa les ha venido que ni de sastre- dirigidas a aumentar sus arcas o a solapar su incapacidad gestora.
No deja de ser sorprendente que, en España, después de tanto tiempo, el Gobierno nacional se haya percatado de que la crisis apabulla, sobre todo, a las familias; que las entidades bancarias no han sufrido directamente salvo aquéllas que con crisis y sin ella estaban destinadas al desastre por tener en su puente de mando a ineptos o jetas o ambas cosas; que las causas de la burbuja inmobiliaria no son ni parecidas a las alentadas a bombo y platillo; y así, sucesivamente...
Los problemas críticos que sufrimos en este país no son fruto exclusivo de la crisis. Todos se los achacamos, sí, y algo hay; sin embargo, los males que padecemos provienen en su mayoría, en su inmensa mayoría, de factores, de actuaciones, de gestiones que nada tienen qué ver con el panorama mundial.
Vivimos en un país donde la culpa siempre es del otro; dónde la mentira permeabiliza bien bajo los cueros ignorantes y conformistas a los que se satisface sin problema con unas cuantas dosis de odio antañón y raciones de rencorosa e injustificada y anacrónica revancha; un país donde nos negamos la realidad si ésta contradice nuestra posición política. Así, lo raro, es que haya crisis...