31/12/2021
De cuando estoy poeta...
04/12/2021
Algunos domingos, cuando la mayoría de los parroquianos habían culminado el aperitivo y se marchaban a sus casas, nos quedábamos unos cuantos amigos todos a comer en el Capicúa de Fivasa. En ese rescoldo agradable, con la cerveza aún de cuerpo presente y el cuerpo presente embrujado aún por la cerveza, se desplegaban los platos sobre la mesa grande del fondo y nos sentábamos a disfrutar del momento. Risas, anécdotas, chistes, recuerdos, canciones más o menos comunes salpicaban las largas sobremesas. Hubo un domingo, sin embrago, -ya me había olvidado de él- en el que cundió la prisa. Apenas se terminó de comer, Tere sacó la guitarra y apremió: había que componer ya una canción con la que participar, aquella misma tarde, en el festival de la canción misionera (o algo así) en la Milagrosa. Participaban en el evento desde la época de estudiantes y año tras año, más por costumbre que por devoción a esas alturas, seguían acudiendo. No sé si me convencieron sus argumentos o ver cómo su tradición podía verse, de repente, quebrantada. Alguien me puso una servilleta de papel a mano y un bolígrafo. Yo, a qué negarlo, si no doy en la diana con las palabras estando sobrio mucho menos estando, como entonces, con alguna jarra de más. Pero, escribí. El resultado fue, a mi juicio, un padrenuestro sin dios, la interpretación espontánea del sueño de un fraude. Mi juicio, sin duda, estaba nublado porque se presentaron con esa letra y cuatro acordes al paso y gozaron de premio. Luego, más tarde -es caprichoso el azar- volví a oírlo. Habían venido mis primos de Sevilla y les hice un gira turística por eso de que <<con la de veces que hemos venido y no hemos visto nada>>. Entrábamos a la Santa cuando oí a alguien -por lo visto ensayaba para una boda- cantar ese peculiar padrenuestro improvisado en una servilleta de papel un domingo por la tarde. No sé por qué cuento algo tan intrascendente; tal vez porque he asociado una abstracción a que dios debe amar a los borrachos porque, imagino, como los niños, siempre dicen la verdad o porque no pecan o algo así. Sí, ha sido algo de eso: dios ama a los borrachos. Yo hace ya mucho tiempo que no bebo...
02/12/2021
Antivacunistas
No deja de ser paradójico -o contradictorio- exigir ciertos «derechos» en un país de derechos delimitados y de libertades imaginarias. Es sorprendente que se abra un debate sobre el derecho-obligación a/de vacunarse cuando todo está constreñido por cientos de leyes y nadie cacarea. ¿Por qué no se va a obligar por ley a vacunarse? ¿Qué derecho vulnera esa imposición que no se vulnere en otros derechos? Mi derecho a conducir está supeditado a un carnet, mi derecho a elegir la identidad que desee, mi derecho a cruzar una autopista, mi derecho a salir desnudo a la calle con el cuerpo untado de mantequilla y con lacasitos pegados a ella, mi derecho a poner música a todo volumen a las cuatro de la madrugada, mi derecho a portar armas, a pescar, a hacer fogatas en el bosque, a no enrolar a los hijos en el sistema académico, etc... Todos los derechos están supeditados a eso llamado «bien común». ¿A qué derecho de los cojones se refieren los antivacunas que luego rinden religiosamente cuentas a Hacienda, cumplen con el límite de velocidad u observan con estricta pulcritud y diligencia el horario laboral?
27/11/2021
23/11/2021
03/11/2021
Literatura replicada
Tal vez sea verdad y que en cuestiones literarias lo importante, lo trascendental, no sea <<sobre qué>> se escribe sino <<cómo>> se escribe ése <<sobre qué>>. Claro que, si esto es así, ¿qué importa entonces no aportar nada siempre que todo se ciña y reduzca a construir frases perfectas?
Músicos callejeros
Todas las calles deberían tener músicos y todos los músicos deberían tener calles. Aplicamos, con demasiada frecuencia, el concepto <<música callejera>> con énfasis peyorativo. A mí me parece que esos <<músicos callejeros>> ennoblecen, dotan de virtud, las calles. Siempre habrá quien al verlos en las calles los tache de holgazanes, de zánganos improductivos que <<más vale que se pusiesen a trabajar>>. Bueno, están en su derecho de decirlo porque todo el mundo, por el hecho de ser mundo, tiene derecho también a ser imbécil. No sé cuántos serían capaces de salir, de exponerse, así para <<ganarse el pan>>. Yo no imagino a un oficinista ofreciéndose a rellenar formularios e impresos de nuestra engorrosa administración. Yo no imagino a un docente pregonando sus clases de Filosofía. Yo no imagino a un sastre tomando medidas, cortando piezas de tela, haciendo patrones, cosiendo prendas, en la calle. El músico callejero hace de la calle un lugar menos hostil, menos impersonal, más ameno y disfrutable. La música amansa a las fieras; eso lo saben algunas fieras y por eso no quieren música en la calle, porque no quieren dejar de ser fieras. Cuando un músico forma parte del paisaje se crea entre quienes se paran a escucharle unos segundos una especie de vínculo, de comunión trascendente, de complicidad. Yo lo veo así. No me parece mal que haya músicos callejeros. No me parece mal que haya música en la calle. De hecho, ya puesto a ser egoísta, me evitaría -si alguien se pusiera a tocar frente a mi casa o bajo ella- el tener que oír el arrastre permanente, constante e interminable, de sillas de los cretinos de arriba, los gemidos lastimeros de su puto perro cuando tiene ganas de orinar y tardan siglos en sacarle o al cazurro y gárrulo que, en vez de llamar a Ramón usando el portero automático, se pone a dar gritos desaforados como si estuviese practicando para ser manifestante o fanático de algo.
27/10/2021
Mediocracia
Vuelve a la palestra la cuestión de la «meritocracia». Así, a portagayola, se me antojan dos cosas. La primera es que el concepto no es novedad: en Grecia lo denominaron «aristocracia»; la segunda es que la burócrata que escribe con dos dedos y busca la letra eme en el teclado está ahí por «mérito»: aprobó su oposición quedando por delante de la mayoría.
25/10/2021
Cada uno tiende -como es natural- a visibilizar lo suyo o lo de alguien prójimo. A los demás nos queda ver todas esas visibilizaciones en su conjunto o seleccionar aquéllas que nos resultan más afines. Esta madrugada, mientras el insomnio, he dado con un dato que me parece no estar suficientemente presente en nuestra sociedad. La mayor mortalidad en España se produce por el suicidio y va, por desgracia, incrementándose. El año pasado se suicidaron 3145 personas: una cada dos horas, más o menos; de ellas, 2456 eran varones. El INE no especifica (o no me ha cargado la página en cuestión) las causas pormenorizadas; sin embargo, abundando en la información y buscando -ya puesto- otras fuentes me encuentro con algo espeluznante y que parece querer ser soslayado: entre los varones, un elevado porcentaje -el mayor, según varios- se da entre aquéllos que figuran en su estado social como <<separados>> o <<divorciados>>. Dándolo por bueno, aunque con las reservas lógicas, surgen unas cuantas preguntas y con ellas una inclinación al enfrentamiento hacia otras ideas por lo que parece, sin duda, un triste agravio comparativo. No voy a desplegar un meticuloso razonamiento ni ningún argumento combativo. Pero, me parece -acaso por la probabilidad estadística de que le pase a alguien cercano o a nosotros mismos- que sería bueno pensar sobre ese asunto, darle visibilidad y soluciones: prestarle un poco de atención aunque conmueva otros intereses. Decir poco más salvo terminar esta entrada con un punto y coma.
23/10/2021
22/10/2021
Euforismos y sentencias
A veces pienso que sin cerebro seríamos más inteligentes.
Dios mediante...
Había un cielo turbio, de niebla en fuga. Los niños, con sus uniformes de una pulcritud exasperante, avanzan junto a su padre arrastrando las mochilas escolares soportadas en una cómoda armadura con ruedas. El padre es joven. No tiene acento vernáculo: <<Y, vamos, chicos, no se retrasen, gracias por la salús que nos das…>>. La frase rezandera se me clava como un rehilete envenenado. Ya sé, sí, eso de <<mientras haya salud…>> y otras resignaciones del estilo. Y pienso que de poco o nada sirve la salud sin otras periferias confortables. Sin salud, dicen, no se disfrutan las cosas y de poco sirven estas sin aquélla. Pero, mis trece son contumaces: de poco sirve la salud si estás sumido en la miseria, si cada día es un rosario de sobresaltos, de esfuerzos inútiles, de castigos jalonados de trazas amargas e inconfesables. Sin salud no se disfrutan las demás cosas, vale; sin embargo, sin las otras cosas, el dinero por ejemplo, no se disfruta la vida. Eso sin contar que con el dinero, por ejemplo, puede comprarse -por lo común- una buena salud…
09/10/2021
Nunca más
<<La mejor forma de evitar la tentación es caer en ella”.
No deja de tener su intríngulis la cosa. Afirma el flamencólogo que la famosa canción esa de <<ohoooh feeerdeh, feeerdeh coooomo la albahaaacaaaa...>> ha sufrido distintas y diversas <<correciones>> a lo largo de su existencia. Al hacer la reseña biográfica de la canción revela que, al parecer, trata de dos hombres (el que pide fuego y lo recibe -apoyao nel quisio de la mansebía- y el que lo da -bahé der cabayo y lumbre te di-). Así, pienso qué realidades históricas o sociales se nos han sustraído por las causas que sean. Y lo asocio a aquella detallada explicación en la que Borges, don Jorge Luis, refiere que el tango inicial era un baile de hombres y entre hombres, de seducción entre hombres y que luego derivó en pelea y luego, más tarde, se purificó en un intenso cortejo del hombre y la mujer. Todo esto lo digo porque estamos imbuidos de conceptos manipulados, que tomamos como novedades o caprichos de una actualidad desenfrenada y sin norte lo que en un pasado ni tan lejano ya se daba con cierta naturalidad y sin tanta reserva moral. Me viene, también, aquel Krito personaje de <<La vieja sirena>>, de don José Luis Sampedro, y su extravagante conducta. Síntesis: no ver la realidad no la elimina ni neutraliza; sólo nos convierte en ciegos.
08/10/2021
Allá por mi edad media leí (exagero el verbo involuntariamente) al azar algunas páginas y aforismos derramados en esa cursilada insufrible y pseudofilosófica opereta encuadernada como «Ilusiones», de un tal Richard Bach. De aquella incursión sólo me quedó una salpicadura residual: «enseñamos mejor lo que más necesitamos aprender». Hoy mi cerebro, estimulado por unos pensamientos que no vienen al caso, ha recuperado de forma espontánea ese pretencioso y estúpido apotegma. Confieso que me ha engañado por un instante y he creído ver en él, por las circunstancias, algo de validez y certeza. Pero, me he serenado de nuevo y, con la perspectiva del silencio como guía, no me he dejado embaucar: no, no enseño mejor lo que más necesito aprender; acaso lo que necesitamos es aprender más, mucho más, para enseñar mejor, mucho mejor.
Cosas que no deben hacerse
Cosas que no deben hacerse: Responder.
07/10/2021
06/10/2021
Ahorro de energía
Abra un libro y lea.
Bono cultural (muy alejado del Bono político)
El Gobierno prepara un <<bono cultural>> e <<ipsofácticamente>> se eleva a las alturas un estruendoso clamor sectorial, un torbellino inclemente de ayes y lamentos. En primer lugar, acaso por alegar algo sensato entre los despropósitos, decir que el acceso a dicho bono será voluntario y su uso específico; a saber: no podrá emplearse en la adquisición indiscriminada de botellones, elementos incendiarios para <<manifas>> ni para comprarse perros y flautas con las que, como diosecillos pánicos, distraer al personal en las esperas de los semáforos; será -aunque a algunos les resulte infame y caprichoso y extraño- para derivas culturales en cualesquiera de sus vertientes (compra de libros, visitar una obra de teatro [eso tan parecido a los folletines televisivos con los que comen las cabezas enruladas de las marujas y tan alejados de ellos a la vez], entradas a conciertos, puede que incluso a los de los clásicos, etc...). Argumentos, como tales -y sólidos- contra el bono de Sánchez (nada qué ver con el Bono castellano-manchego que se puso pelos y pisos y se hizo hacer un enorme cuadro a precio de alhaja de buena ley con dineros de los contribuyentes) todavía no he oído barra leído. Sí me ha llegado algo parecido a un soniquete sólito, en formato mantra o consigna, que ya empacha: <<¡es para comprar votos!>> No voy a abundar en la estupidez de tamaña afirmación cuando es del común el conocimiento, la percepción y la comprobación después de muchos años de experiencia, que cuatrocientos napos de vellón no dan para comprar voluntades. Aunque así fuera, sería en tal caso porque los dieciochoañeros en modo Serrano y aledaños habrían renunciado a la obtención de la dádiva, que también va para ellos, y la estadística, claro, se resolvería favorablemente a la milonga de sus padres. Cada vez que surge algo de esto y hay protestas y golpes en las farolas con palos de golf o cacerolada delegada en la sirvienta, me pregunto <<¿quiénes y por qué protestan exactamente? ¿Qué parte de su esencia, patrimonio, costumbre y demás ven peligrar?>> Y las respuestas no yerran. Ahora que lo pienso, no sé por qué me meto en estos asuntos que no me incumben porque no entro en el sector seleccionado (ya tengo demasiados dieciochos años cumplidos: me paso de dieciochoañero de largo). ¿Qué más me da a mí? ¿En qué puede beneficiarme que algún chaval por ahí se compre un libro en una librería y lo lea o vaya a un teatro o se meta de bruces en un concierto para gaitilla y orquesta y cosas similares? Así las cosas, tampoco me voy a preguntar en qué perjudica a quienes protestan tan airados e irritados; porque doy por cierto y sentado que si se quejan es porque algo les perjudica y duele en alguna parte de su cuerpo o de su geografía. Yo, como san Juan, el del apocalipsis: el que tenga dos dedos de frente, que los use.
05/10/2021
Euforismos y sentencias
El humano, apenas descubrió el calor del fuego, sintió frío y se cubrió con pieles. Así debió ser la cosa.
04/10/2021
La niña sale del portal poscedida por su madre. La mira desde su pequeñez y le dice con ese énfasis alegre y pleno de ternura de los niños: ¡Hase fdío!
03/10/2021
Un viento largo, de mugido débil, aún no frío, lame irrespetuoso este coticinio intenso de domingo. No hay más sombras que las sombras apoyadas en las esquinas. De cuando en cuando, sobresaltadas, las ramas de los árboles se estremecen. Un sueño festivo madruga cansado y se despereza a golpes de bostezo. Todavía hay tiempo para nada.
02/10/2021
Leo con estupefacción por aquí que, al parecer, Fernando Sánchez Dragó (de profesión <<a saber>>) afirma haber leído treinta mil -30.000- libros. Como buen pescador que debe ser -además de buen <<asaberista>>- deduzco que sufre de <<hiperbolismo>> agudo. Suponiendo que hubiese nacido el día uno de Enero del año de desgracia y sublevación de 1.936, que hoy celebrásemos el postrer día del año en curso (31 de Diciembre de 2.021) y descontando -muy generosamente- sólo un par de años que tardara en aprender a leer, las cuentas que me salen arrojan el contundente resultado de que, según él, este tipo se ha leído la friolera de 0'99 libros diarios, un libro al día, por redondear. ¿Mi conclusión? Sencilla: estadísticamente lo tonto si exagerado, dos veces tonto.
Votad mal... ditos
"Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien".
Los envidiosos, como cualesquiera otros trastornados, creen que ellos no son envidiosos y que los envidiosos son los demás. Y creo más: que la envidia se manifiesta de muchas maneras y se descubre en infinidad de detalles. Entro en Instagram y alguien ha expuesto -una vez más- una fotografía impresionante. A pesar del evidente y arrollador talento fotográfico, no tiene miles de «fologüeres» ni recibe cienes y cienes de «laiques». Miro la foto última, la amplío, me recreo en ella y pienso. Pienso que esa fotografía -como todas las demás suyas- no tiene nada que envidiar a las de los fotógrafos consagrados y prestigiosos y sí mucho reconocimiento que recibir. Extiendo esa idea a otras actividades: todos los días veo magníficos cuadros y fotografías, leo extraordinarias narraciones y poemas, oigo ingeniosos argumentos y, aún así, esa gente no descolla ni recibe, no ya de extraños y ajenos sino de sus propios, la loa merecida. ¿Cómo es posible que tantos talentos queden en la indiferencia? Yo sólo me lo puedo explicar colocando un concepto: envidia. Vuelvo a la foto y me convenzo de que está a la altura de Cartier-Bresson, de Newton, de Liebovitz, de García Rodero.., y pienso que es injusto, que es por envidia: la enfermedad mental más padecida por los mediocres.
30/09/2021
Una de las frases (casi orgásmicas) que mas me conmueve es esa importada de los guiones mediocres del cine estadounidense que dice <<[exijo porque] ¡yo pago mis impuestos!>>; así: con una solemne y rotunda, desairada y ofendida, exclamación. Como si fuese el hecho de pagar impuestos lo que confiere derechos u otorga alguna desconocida y nunca suficientemente y bien ponderada prerrogativa sobre quienes no los pagan. Es una frase que, sin sorpresa por mi parte, hemos adoptado he incluido sin reservas en nuestro peculiar acervo. A estas alturas la soltamos sin pudor ni rubor a la primera de cambio, en un estallido de sagrada cólera, haciéndonos valer. Y no se nos cae la cara de vergüenza por la estupidez, oye.
24/09/2021
18/09/2021
Tiene una cara preciosa, la coquetería ufana, descarada, casi ofensiva de las madres jóvenes y un cuerpo espectacular. Pero, claro: ¿Qué niña no tiene un cuerpo bordado con perfección a los dieciséis o diecisiete años? Ya no lleva a su hijo en brazos haciéndole carantoñas pueriles y cucamonas; el pequeño ya va para los dos años y anda. Con cierta frecuencia me cruzo con ella, con la gitanilla oscura y guapa, con ese algo efervescente e infantil que aún revuela en sus venas. Me cruzo con ella y pienso. Pienso en quién decide las edades adecuadas; en quién decide que a los dieciocho un ser ya está suficientemente maduro y es apto para votar, o conducir, o emanciparse, o alistarse en una compañía de operaciones espartanas, o tomar infecundos o faustos tragos de alcohol... Pienso que a los dieciséis aún se es niño, que a los cincuenta muchos seguimos siendo inmaduros, que nos imponen la moral, las leyes y las costumbres y que cualquier argumento relacionado con las edades es tan feble y quebradizo como libre sea la voluntad del individuo. A mí estas cosas siempre me dan qué pensar.
17/09/2021
Safa, el viejo roquero
No pretendo ni siquiera un recordatorio nostálgico, ¡faltaría más! Incluso puede ser que mi precaria capacidad de evocación me traicione y ponga el dedo en la llaga equivocada. Pero, yo tengo en mi cabeza el resabor de estas dos canciones (que acabo de encontrar de manera fortuita) mezcladas en un popurrí <<titánico>> verbenero. Imagino -ya que no me atrevo a recordar- un perfil indio, de pelo lacio más caído que peinado en una moda decadente y trasnochada; un mostacho cuyo declive llegó impregnado de un sueño permanente e imposible (los viejos rockeros también mueren); aquel hombre afable, entre sereno y retraído que amistó con todos cuantos le conocimos y otros cuantos que pasaron por aquellos escenarios de tableros inestables y rústicos, sobre remolques de tractor, para dejar sus afanes en redobles de baquetas emocionadas, pulcras, sonrientes, domadas por buena gente, en cuerdas, en teclas, en tubos de vientos irregulares sólo para la triste diversión de los paisanos. Así lo percibo yo con el tiempo y con esta ilusión devastada. Y así, la copla festiva merodeada de vida. Sólo es memoria; acaso ni eso; y es eso: Triana, ¡ay! Triana morena... Tengo una novia que es un poco tonta... Yo también tuve vida entonces, y buen vino, y buenos amigos que en su mayoría perduran, y también tuve, ¿cómo no?, una novia que fue un poco tonta, como yo, porque dios nos hace y nosotros -dicen- nos juntamos...
15/09/2021
Euforismos y sentencias
A veces me sale esa sonrisa de forma espontánea. Es una sonrisa de comisuras tensadas por el sarcasmo mudo. Una sonrisa sin más consecuencias que la mueca desconfiada que aporta. A veces me sale de súbito, sin pensar, como cuando -por ejemplo ayer- un economista sugiere una movilización ciudadana frente al abuso de las compañías eléctricas.
06/09/2021
Amanece un atardecer fausto y oscuro, de nube vejancona y plañidera, con ganas de gresca tormentosa que acaso se diluirán en los bordes romos y altos del ángelus. Del gris encapotado se desprende esa paz inquietante de la incertidumbre, el rezo íntimo ojalá de un si lloviera, de un qué día precioso y lento y plomizo para una humilde tormenta...
02/09/2021
Llevo tiempo moleando el asunto. No por indeciso o confuso, que también, sino porque no termino de ver aquello que una escora plantea con tanto ímpetu. Todo, al final y a mi modo de ver, radica en racionalizar los usos. No creo que la solución al problema climático sean el cese de la extracción de petróleo y la elaboración de productos derivados de éste. No creo que la solución sea volver a las suelas de cuero (incremento de explotación ganadera para surtir a todo el mercado), a las de esparto (alto impacto ecológico para nutrir calzados) y otras cosas del estilo. Los derivados del petróleo nos han mejorado la vida notablemente en todos los aspectos dándonos una calidad que ni con mucho hubiésemos imaginado: desde las prendas y maquinaria hoy habituales que protegen del frío hasta elementos deportivos (no imagino unos <<pies de gato>> con suela de corcho, por ejemplo). También ha permitido que <<lo tradicional>> evolucione y se perfeccione: un jersey de pura lana ya no pica como hace un siglo o los calcetines de lo mismo no te dejan los pies para el arrastre. Hay que proteger la naturaleza, estamos de acuerdo; incluso volver a ella e integrarla de nuevo en nuestro paisaje habitual; pero, no creo que haya que hacerlo a cualquier precio. La sola presencia del ser humano -desde aquel mono que tras encontrar una quijada le da uso bélico y se topa luego con el enigmático monolito- implica cambios en el entorno: es inevitable; es una cuestión de perpetuación de la especie. Hay que reflexionar sobre esto y no empecinarse en estupideces cuya consecuencia sería eliminar nuestra capacidad de supervivencia. Claro que hay que modificar mucho de lo establecido/impuesto; sin embargo, al final, todo se reduce a usar el sentido común y combinar la esencia humana con la esencia de la naturaleza: el hombre es parte incuestionable de ella.
Euforismos y sentencias
Cada vez que oigo eso de que vivimos en «la España de las libertades» no puedo evitar una ancha sonrisa sardónica...
Dejó dicho Joaquín Costa que, así las cosas, media España moriría ahogada y la otra media de sed. La falta de infraestructuras y, lo que es peor, la falta endémica de criterios le llevaron a fijar esas palabras aniquiladoras que se han perpetuado siglos después. España es un país de oportunistas y advenedizos que se dedican a la política sin la mínima pizca de vocación de servicio la inmensa mayoría de ellos. Su único interés, medrar. Y así van las cosas centuria tras centuria. No son los únicos responsables de la abúlica mediocridad instalada en el coso político: los ciudadanos llevamos en la estolidez de nuestro pecado la penitencia que merecemos.
30/08/2021
Euforismos y sentencias
Pues, yo, sinceramente, no consigo imaginar a que chino conoció el que inventó la frase «que no te engañen como a un chino»...
28/08/2021
27/08/2021
Les hacía marcar un puntito en el centro de la hoja del cuaderno. Luego les pedía que se centraran en él y fuesen comprobando su magnitud comparándola con el espacio que le rodeaba: toda la superficie de la hoja, la hoja dentro de la superficie del pupitre, éste en la del aula, la del aula en la del pabellón, la del pabellón en el edificio, éste en el barrio, en la ciudad, en la provincia... Así hasta que consiguiesen abarcar la parte más o menos conocida del universo. Hecho esto, el cálculo imperfecto y a la baja: todo eso no es más que una trillonésima parte, otro puntito, en un trillón de galaxias contenidas en otra galaxia contenida... Cuando conseguía que su imaginación comprendiera y que el concepto les estremeciese, me levantaba, me acercaba a cada uno ellos y les decía: <<ahora, en ese infinito punto, búscate>>.
26/08/2021
No es la vida. El ajedrez no tiene nada qué ver con la vida. Ni siquiera es una relación de rivalidad o de poder. En realidad, no hay ninguna satisfacción en la muerte del rey contrario. Es la muerte de la reina la que, de verdad, produce un placer pleno, casi absoluto; un placer reconfortante y perverso. Yo no dejé el ajedrez por decepción, por aburrimiento o por quedar colmado con sus experiencias limitadas a mecanismos rutinarios de trebejos inánimes deambulando por escaques cercados por el abismo, por el vacío. Me retiré porque empecé -no sé si inconsciente y voluntariamente, aunque parezca contradictorio- a sufrir una impaciencia dramática y dolorosa. Afronté mis últimas partidas con una precipitación obsesiva. No me importaban los errores cometidos, sino la necesidad irreprimible de eliminar a la reina. A eso dediqué todos mis conocimientos y esfuerzos y una vez conseguido (si lo conseguía) el combate dejaba de tener aliciente y caía en una desidia devastadora.
Euforismos y sentencias
Cuando la felicidad llamó a su puerta, él/ella estaba en el váter.
25/08/2021
Fue un impulso irreflexivo. Apenas hube entrado en casa y llegado, dos pasos más allá, al salón-comedor comprendí el caos en toda su magnitud. Pequeñas pilas de libros y papeles, objetos inánimes superpuestos unos sobre otros, fatigaban el desorden. El resto de la casa, cada cuarto, condecoraba la misma condición. <<Voy a ordenarte>>… Empecé una reconstrucción anárquica de los espacios invertebrados, desorientado, sin saber muy bien dónde y cómo colocar cada elemento, seleccionando, analizando, corrigiendo hasta que las áreas liberadas fueron conociendo la luz y empujando sutil y silenciosamente cada elemento a una nueva ubicación. Poco a poco, la nueva disposición creó entornos despejados; como si, de súbito, por alguna artimaña mágica, todo se hubiese desvanecido del antiguo escenario para reaparecer, con nuevos rostros y formas, irreconocible en un paisaje recién inventado. Ahora todo está en orden. Ya no hay objetos hacinados ofuscando la mirada, turbando la virtud de la morada santa; el obsceno desorden se ha redimido y la casa -cada uno de sus cuartos- aparece despejada. Ahora reina algo parecido a ese murmullo rezandero de los templos: respetuoso, reconcentrado, severo. Es el susurro de las cosas… porque la casa ya no me habla: ha enmudecido; tal vez no se reconoce o se habrá enojado conmigo y ha decidido guardar silencio.
23/08/2021
Hay una frase en <<El gatopardo>>, de José Tomás de Lampedusa, que me ha acompañado desde que leí el libro (edición Círculo de Lectores) allá por el... Es una frase que contiene un terrible dramatismo: <<Si queremos que todo permanezca como está, necesitamos que todo cambie>> ( «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi»). Ahora, hoy, por desgracia, el foco de atención está en Afganistán. No es la única zona <<caliente>> del planeta -hay otras muchas que pasan desapercibidas, sin la pena ni la gloria deparada por los medios de comunicación-; sí es, sin embargo, una zona estratégica para algunos y sus intereses no sólo económicos. Yo no sé qué pasa por las cabezas de los dirigentes mundiales. Tampoco es imprescindible conocerlo. La cuestión es que, una vez más, ese territorio vuelve a ser un punto de discordia, de violencia, de peligro... y de poder. La ayuda de iraníes e iraquíes [puede ser que algunos más] al fanatismo islámico afgano es evidente aunque se silencie por razones diplomáticas. Ése puede haber sido un punto de fricción o de disuasión a la hora de replegar tropas internacionales a sus países de origen. Sin embargo, yo estoy seguro de que la razón más poderosa e influyente ha sido la pasividad. Durante veinte años, estos últimos, la sociedad afgana se ha mostrado tibia y pasiva, indolente ante los cambios vitales, de importancia cardinal, que debía acometer. Quitarse un velo de la cara y maquillarse un poco no es algo que en sí mismo provoque una revolución irreversible. El afgano de a pie aceptó esos avances anecdóticos con la desidia de quien no ve su relevancia. ¿Que se escolarice a las niñas? Vale: yo a las mías no las llevaré a la escuela; ¿Que se maquillen las mujeres? Bueno, mientras las mías no lo hagan; etc... Porque esa es la realidad afgana [e iraní, iraquí, yemení,...] de estas dos últimas décadas. No ha habido modernización real ni lucha contra unas costumbres atenazantes en las que el hecho de quitarse el velo es comparable a la desnudez total. Y ahora, el mismo miedo de antes, pero aumentado. He buscado fotos; he leído algunas cosas; he intentado pensar, reflexionar sobre un porqué que me resulta más evidente que fácil de explicar. Ya tienen un cambio, su cambio, con el que mantendrán a la sociedad en su misma, idéntica, perversa abulia. Una sociedad que quitándose el velo creyó que ya estaba todo hecho o que ya era suficiente (o demasiado), que no se quitó lo cerril ni lo ignorante; una sociedad que, en el fondo, mantuvo intacta la parte oscura de su naturaleza. Una sociedad que no eliminó el miedo y que, por no querer cambiar, ahora tendrá dos tazas de su caldo y más, mucho más miedo.
23/07/2021
Con frecuencia, cuando llegamos a la madurez, perdemos la perspectiva y nos quejamos -como nuestras generaciones precedentes- de la rebeldía de la juventud. Olvidamos qué hicimos de jóvenes o qué pudimos hacer. Anquilosados, olvidamos que es la rebeldía de la juventud la que cambia y mejora las más de las veces el estado de las cosas.
23/06/2021
03/06/2021
Son nimiedades que servidor echa de menos sin llegar a los polos de la nostalgia. Pequeños detalles que sin saberlo, pasando inadvertidos por su escasa irrelevante corpulencia, pusieron marchamo a una época. Hay en el taller una afanada pulcritud, la diligente asepsia ordenada, estabulada, en esos rijosos y modernos «parámetros de calidad». Sobre las paredes paneles con herramientas, afiches admonitorios, carteles informativos... Ni uno solo de aquellos cálidos calendarios con espléndidas señoras desnudas, mostrando sin pudor sus pechos opulentos, sus pubis frondosos a la novedosa libertad. Calendarios que convivieron, también, junto a pósteres de Playboy -y revistas similares- desplegados para el recreo visual y la excitación vicaria en las cabinas de los Barreiros, de los Pegaso, de las DKW... ¡Qué tiempos enormes de picardía casi pueril, de salacidad casi ingenua!