as bocas llenas. De indignación, de palabras hueras, de conceptos horros. Con la sentencia de anoche del Tribunal Constitucional -un Tribunal que nadie sabe qué es ni para qué sirve exactamente- permitiendo a Bildu comparecer a las elecciones, vuelven otra vez los ayes y lamentos a una orilla y las sonrisas, el cinismo oprobioso y la restitución de la confianza en las "instituciones democráticas" a la otra.
De súbito, ha triunfado la democracia y de repente también el Estado de Derecho, debilitado ya de por sí, ha sufrido un revés definitivo del que ya nunca podrá recuperarse.
Es la misma cantinela de siempre. Una melopea monótona y crispante que empacha. Es el desacuerdo más feroz procedente no de la discrepancia sino de alentar una estructura que nadie ha querido modificar. Entonces, ¿a qué tanta lamentación?
Las evidencias son pertinaces. Otra cosa es que o bien no interese verlas o bien quieran taparse. Ahí, sin embargo, están. Como la Puerta de Alcalá.
Negar (o solapar) el vínculo incestuoso que mantienen los tres poderes -ejecutivo, legislativo y judicial- es una tarea imposible por mucho que se disfrace con argumentos falaces o sofismas tendentes a argumentar lo contrario indefendible. La certeza verificable es tan arrolladora que sólo un esforzado ejercicio de aislamiento absoluto podría, en el caso extremo, permitir que alguien la ignorara. Los tres poderes son más que amiguitos, comparten corruptelas y disfrutan de un desorden ético absoluto. Bien distinto es que esa condición abominable, adquirida por costumbres repugnantes y no por esencia, nos la quieran colar como pureza institucional y, entre col y col, embaucarnos.
El mismo hecho (y su resultado) que para unos dimana del respeto y del triunfo del sistema; para otros procede poco menos que del Averno. Algo falla; algo no va bien. Lo saben; pero, lo mantienen porque en su sostenimiento quedan protegidos sus privilegios: es la perpetuación de su especie.
Con aquello del "respeto a las decisiones", se remata la faena. Es difícilmente masticable, cuanto más digerible. La resolución de un hombre, aunque sea juez, no implica que sea coherente ni justa. Más aún: la resolución de un juez no es otra cosa que una opinión elevada a rango de indiscutible e intocable, de axioma. La pregunta es, ¿porque lo dice quién? ¿La sociedad? No. A la sociedad siempre le han venido las cosas (las buenas y las malas) impuestas por sus gestores, por sus censores y por sus cuestores... Lo que no la exonera de responsabilidad, empero.
Que una decisión judicial se imponga no significa que, en su resignado acatamiento, no se pueda discutir. ¡Cuántos errores judiciales se registran a diario en España! Véanse las estadísticas y que el estremecimiento consuele. Mucho más si tales resoluciones derivan de promiscua concomitancia "inter pares", como es el caso de la relación conchabada de políticos y jueces, consagrada a sus propios intereses y bendecida por el mutismo social. Pero, se llama al acatamiento. ¿Por que? ¿Por qué se han de acatar imposiciones injustas, escoradas, manipuladas, interesadas, lo que sea, sobre todo cuando lo son manifiestamente? Probablemente porque si se optara por un acto de rebeldía general, no quedaría títere con cabeza. Y nuestros títeres aprecian mucho sus testas y sus poltronas. Aunque pueden estar tranquilos porque en ese aspecto, la sociedad es extraordinariamente dócil. No corren peligro.
Por esta vecindad pulula, además, algo que me llama poderosamente la atención. Nuestros políticos (un buen número de ellos) cada opinión que experesan la justifican o la rematan con un sospechoso "nosotros los demócratas". Lo esputan con una desvergüenza escalofriante. Sólo quien se atribuye constantemente una condición o una cualidad, carece de ellas. Es el "dime de qué presumes..."; es el alarde heroico del cobarde; la ostentación del pobre; la falsa modestia del rico o la campechanía (casi siempre, como todo lo anterior, excesivo y ridículo) del aristócrata... Por eso recelo cuando alguien se refugia en tan débil parapeto. De inmediato intuyo que se auxilia para evitar que otro alguien le remueva un complejo siguiendo la pauta y costumbre de nuestro país. Aquí ya se sabe que "consenso es que los demás se sometan a mi opinión" y que todo ser discrepante es un "fascista". Estar siempre a la greña, de gresca, forma parte de nuestra naturaleza, de nuestro compendio y mezcolanza de orígenes, al parecer, irreconciliables. Si es difícil la convivencia, cuánto más no lo será la concordia.
Ahora, lo que viene, es un enzarzamiento irracional para captar votos. Como falárica el tú y el y tú más, el remover inútilmente una mierda que, inexorablemente, volverá bajo la alfombra de la que salió. Después, como siempre, de nuevo el silencio social, el conformismo.
No se buscarán soluciones. Al contrario, se buceará en asuntos que permitan la confrontación y mantener a la audiencia entretenida y sentada.
El conflicto se alongará cuanto sea posible cuando, en realidad, tal y como yo lo veo, ahora se puede despejar cualquier duda.
El Tribunal Constitucional ha admitido las candidaturas de Bildu. Bien, el Estado de Derecho, la democracia ha movido ficha. Eso era lo que, en teoría, quería la corporación mafiosa E.T.A: ya lo tiene, los suyos están en las instituciones "peleando" por sus "ideales". Por tanto, ya no hay razón -ni excusa posible- para no deponer las armas y entregarlas definitivamente. El Estado y la democracia han cumplido, cumpla E.T.A.
Salvo, claro, que todo no sea más que otra maniobra artera de un gobierno empecinado en mantenerse en el poder cueste lo que cueste...